El corazón es el órgano de referencia cuando hablamos del amor, pero realmente el órgano que “se enamora” es el cerebro. El amor nace del dialogo o del silencio entre nuestras neuronas.
Según estudios realizados en la Universidad de Navarra, cuando se desencadenan estos procesos de atracción entre personas se ponen en marcha circuitos cerebrales de confianza, que sirven para consolidar el vínculo amoroso, y se anulan áreas cerebrales que potencian las distancias interpersonales, que son los mismos que se activan en estados depresivos o de tristeza.